sábado, 1 de mayo de 2010

CRÓNICAS DE LA ORDEN BARRFET V : AÑO LUNAR


                                     CRÓNICAS DE LA ÓRDEN BARFET V

Llevábamos semanas preparando esta noche. En la cultura celtibera, en la última noche del año lunar se conjugaban los astros, potenciando así la energía de las hechiceras como Insthar. Desde su torre veía el bullicio del pueblo y de sus compañeros diabólicos preparando cada detalle para esa noche, mientras ella seguía mezclando hiedra con azafrán y plantas aromáticas de las llanuras amarillas, con el único fin de conseguir un veneno mortal para las hordas del norte, conocidas como Sinhos: peligrosos monstruos enanos que se dedicaban a viajar por la comarca liquidando los almacenes de alimentos de las aldeas.


Tras días de combinaciones imposibles consiguió la mezcla perfecta. Teniendo como base la caña de azúcar, Insthar logró un brebaje dulce que llamaría Kilaboo y que serviría para acabar con los saqueadores Sinhos.


El pueblo estaba quedando precioso: guirnaldas de color bermellón colgaban de los árboles alrededor de la plaza de la aldea, bonitos adornos hechos con tripas secas de cerdo y otros animales de generoso buche colgaban de los quicios de las casas con una pequeña luz en su interior. Alrededor del pozo que suministraba agua a la aldea se dispusieron varias mesas y taburetes para la gran cena de bienvenida a una nueva luna.


Las coquetas guerreras se acicalaban con parsimonia para la ocasión. Delicadas florecillas prendían de su cabello, su rostro brillaba como un arco iris por la maravillosa combinación de colores. El rojo para sus labios y la plata para sus ojos, un poco de rosa para los pómulos y negro en sus pestañas para intensificar la felina mirada que poseían. Esa noche debían de recibir la energía pura de las constelaciones vestidas de rojo, color de la pasión, de la buena suerte y de la fiereza en batalla. Los guerreros, ataviados con sus mejores galas, debían portar la tela roja de la Orden, que les cubriría el pecho como símbolo de honor a la hermandad. Valientes, varoniles y atractivos caballeros que susurraban bonitos versos a las mujeres más bellas, robándoles suspiros de amor y algún pícaro beso.


El sol quemaba sus últimos cartuchos para recibir como se debía a las brillantes estrellas y a su dama, la luna. Todo estaba preparado. Guilleminator, ataviado con sus instrumentos musicales, comenzaba a chocar sus rodillas para hacer sonar los platillos que a ellas había amarrado. Mientras, con gran agilidad movía sus brazos, como un pollo cuando busca a su mamá, para sacar de las bocinas que escondía en sus axilas un sonido con el que incitar a bailar a los allí presentes. Junto con la harmónica, que con un artilugio imposible se sujetaba delante de su boca y que mediante soplidos acompasados imprimía una base a esa decadente melodía. A pesar de la insólita e impagable imagen, los aldeanos comenzaban a arremolinarse alrededor de la plaza moviendo sus anquilosados cuerpos.


Hanna, Lady de Mesthor y Karwen derrochaban sensualidad y elegancia esa noche .Ellas eran las encargadas de recibir a los vecinos de la comarca que, tras un largo viaje, llegaban a la celebración de este nuevo año lunar. Jandrya, Lamarys y Shenta les acompañaban a sus mesas donde disfrutarían de una noche inolvidable repleta de sorpresas. Todos los caballeros y guerreros que llegaban a la celebración coincidían en la belleza y exuberancia de las mujeres de la Orden, hasta el punto de que El príncipe Yauis, Shymor y Jostor se apostaron en la entrada, por si algún indecente osaba rasgar el honor de las damas. Aunque sería un caballero estúpido si pretendiera con malas artes el cariño de estas guerreras, pues habían demostrado su fiereza en grandes batallas.


Mientras, en la taberna se afanaban los guerreros en servir a los sedientos viajeros. Petrus y Pittel capitaneaban esta misión. A sus ordenes estaban fieles caballeros. Joslun, Ginte y Jamlord llenaban decenas de jarras con aguamiel de las montañas rocosas que tanto gustaba a los aldeanos, con la que desinhibían sus almas llevándoles a danzar como malditos. Borjathan merodeaba la taberna en busca de almas perdidas a las que poder atrapar para llevar al infierno, su casa, y utilizarlos como catadores de sus nuevos inventos culinarios. Difícil tarea, pues en ella habían perecido muchas almas extraviadas.


Belya junto a Shenta se encargaban de embriagar los sentidos de los varones con sus cautivadoras miradas hasta que caían en sus redes y conseguían de ellos lo que deseaban. Ese truco lo conoce bien Petrus, que desde el episodio del banna pone metros entre él y Shenta.


Una noche preciosa e inolvidable, donde los invitados se divertían y bailaban al sonido de los tambores frenéticos que tocaba Guilleminator. Pero la oscuridad se hizo pétrea sobre nuestras cabezas, cuando a lo lejos escuchamos el aviso de Samhar y Pulhar que se percataron de una peligrosa incursión enemiga mientras sacaban de paseo a sus canarios. Jhoanna junto a Patkyn fueron en busca de Insthar, que seguía recluida en la torre fabricando más Kilaboo. Cargadas con las últimas pociones contra los Sinhos fueron a la taberna. Allí se libraba una dura batalla. Los fornidos guerreros, con su torso al descubierto, esgrimían sus espadas contra los escurridizos enanos, que estaban saqueando el almacén de aguamiel. Hanna saltaba encima de ellos por la espalda, dándoles golpes en la enorme cabeza hasta que caían brotando un líquido verde de sus heridas. Lady de Mesthor pateaba sus grasientos culos mandándoles fuera del recinto. Lamarys cercenaba cabezas con su hacha mientras gritaba improperios a los enemigos. Jandrya, poseída por la maldad, unió las yemas de los dedos índices y concentro toda su energía en ellos, para posarlos en las sienes de los traviesos duendecillos y aturdirles hasta que Shymor y Jostor les administraban el brebaje mágico. Una cruenta batalla que gracias a su unidad consiguieron llevar a buen puerto, aprisionando a los pequeños enemigos y utilizándolos como siervos en las tareas más pesadas.


La noche concluyó con la llegada del sol. Las despensas mermadas por la celebración del nuevo año y el ataque de los Sinhos. Los guerreros excitados por la gran noche vivida buscaban a sus damiselas en pos de la fuente del placer. Ellas, con la ayuda de Insthar y sus pócimas, accedieron a sus caricias con el único fin de proporcionarles la última creación de la hechicera. Una combinación de jámilas y diente de pantera que adormecía a cualquiera con unas gotas administradas en su piel. Ya todos descansaban en sus casas excepto Galletita que, tras corretear durante toda la noche tras Jhoanna y recibir un bocado de un maldito Sinho, al que acribillo a bolitas de colores, hacía balance de la gran familia que tenía bajo la Orden y se congratulaba por su atractivo y sapiencia.


Insthar consiguió borrar de la memoria de sus compañeros, el vergonzoso espectáculo que ofrecieron Pulhar de Mesthor, Gengius “galletita” y Shymor, que ataviados con vestimenta de rameras, movieron sensualmente su cuerpo al ritmo cadencioso de las flautas de bambú, consiguiendo enamorar a algún alcoholizado y despistado transeúnte. Fue Insthar, que tras unos momentos de diversión, accedió al altar y con un hechizo los portó a su Torre, donde les libro del conjuro, que junto con las demás chicas, habían conspirado. Jostor se salvó en el último momento por su gran envergadura. Con él, la hechicera hubiera necesitado una pócima más fuerte. Estas tres damiselas, Pulhar, Gengius y Shymor, solo recordarían vagamente que un Ángel los salvo de probar las dulces mieles del cariño masculino en sus carnes, pues encendían pasiones en los hombres mas robustos e insaciables de la fiesta.
CONTINUARÁ ...
insthar



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